El banco de Jardines Mirabel está al lado de un árbol que hace pequeñas sombras en forma de monedas. Me siento y saco una hoja doblada. Escribo a mi “yo de mañana” como quien le deja el abrigo a una amiga: cinco líneas, nada solemne.
“Querida yo: hoy aprendí que si me hablo rápido, me entiendo mal. Mañana deseo un desayuno lento. Y si algo sale torcido, recordaré que nadie me persigue.” Doblo el papel. Lo guardo en el bolsillo interior del bolso, ese que siempre olvido y que por eso mismo me sorprende.
La carta funciona por lo que no hace: no me juzga, no me exige plan maestro, no me promete que nunca más. Solo me acompaña. Mañana la abro y agrego una línea: una especie de hilo que une días sin pedirles que sean épicos.
El parque sigue con su horario: una niña ríe, alguien corre, una hoja cae. Me levanto con menos peso porque alguien —yo— me dijo lo que necesitaba oír.
Ya sabes...
Escribir breve es escribir cerca. Cinco líneas hoy y una más mañana crean continuidad sin saturar. No esperes tener tiempo: regálate siete minutos y un banco.
"La voz que guía puede ser la tuya."