La tentación es total: querer ordenarlo todo y rendirse antes de empezar. Por eso, cada mañana elijo un metro cuadrado. Hoy, la esquina de la encimera junto a la lámpara. Quito todo: taza, cuchillo, fruta cansada. Paso un paño con agua tibia como si acariciara a alguien que aprecio.
Coloco de vuelta solo lo que merece estar en escena: una taza clara, un cuenco con limones, un libro abierto por una página que me gusta. Enciendo la luz cálida. De pronto, ese trozo de cocina parece un escenario pequeño donde la vida sucede con respeto.
Mientras el café cae, escribo tres líneas en un papel pegado a la pared: qué necesito, qué deseo, qué suelto. Necesito concentración por la mañana. Deseo un paseo corto. Suelto la idea de que hoy debo ser todas mis versiones a la vez.
No ordeno para que otros miren; ordeno para que mi cabeza respire. Cuando el metro cuadrado queda resuelto, el resto de la casa parece prometerse sola. A veces me dejo ganar por cosas grandes; un rincón bonito me recuerda que el mundo cabe en algo que controlo.
Ya saben...
La casa no es una lista infinita: es un ritmo. Si haces que un punto cante, el resto acompaña. Un metro cuadrado cada día es suficiente para sostener tu ánimo.
"Orden pequeño, calma grande."